Viviam Perrone, fundadora de la asociación “Madres del Dolor”, habla de lo difícil que puede llegar a ser conseguir justicia en el país y se refiere a sus propuestas para combatir la impunidad del que mata al volante. Entrevista de Susana Rigoz

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Viviam Perrone –viuda, tres hijos, docente- es la madre de Kevin Sedano, un adolescente de 14 años que fue atropellado y abandonado por Eduardo Sukiassian (quien en ese momento tenía 20 años) el 1 de mayo de 2002 en Avenida del Libertador y Corrientes en Vicente López, cerca de la Quinta de Olivos, hecho por el cual falleció una semana después. Ese día no solo cambió definitivamente la vida de una familia sino que fue el inicio de un penoso camino dirigido a la búsqueda de justicia. Vivian, profesora de Lengua y Literatura en inglés, comenzó a recorrer juzgados y fiscalías en un vano intento de que los integrantes del poder judicial comprendieran que la muerte de su hijo no había sido consecuencia de un “accidente” como figuraba en los papeles. Abandonada por el Estado y sin saber cómo seguir adelante comenzó a relacionarse con las familias de otras víctimas, unión de la cual nació el 10 de diciembre de 2004 Madres del Dolor, asociación civil independiente, orientada a promover la prestación de Justicia, brindar asistencia y conformar un foro de defensa de los derechos y la seguridad ciudadana. Una década después, a través de una carta en la que afirmaba que estar “cansada de las chicanas judiciales, políticas y de poder”, Viviam renunció a la presidencia de la Asociación. En la actualidad, como secretaria de la institución, lleva adelante los proyectos referidos a los hechos de tránsito y las violaciones,“males que se han incrementado en los últimos años de modo preocupante”, afirma.

-¿En qué momento comenzó a pensar en formar una asociación?

Fue un proceso paulatino. Después de la muerte de Kevin y ante la impotencia de ver que su causa se perdía entre los papeles de un juzgado, empecé a acercarme a otras familias que habían sufrido pérdidas similares a la mía. De a poco nos fuimos conociendo en los juicios y las marchas con otras madres y comenzó a formarse una amistad entre nosotras. Fueron los mismos periodistas los que comenzaron a llamarnos “madres del dolor”. En ese momento había diferentes asociaciones pero todas se abocaban a una problemática en particular, como por ejemplo víctimas viales, abuso sexual o delincuencia, pero no existía una que incorporara todos los hechos violentos. Con el tiempo, fuimos adquiriendo cierta experiencia en los tribunales y en las causas penales y empezamos a plantearnos la posibilidad de utilizarla para ayudar a otros familiares de víctimas. Así se formó nuestra asociación, en 2004 obtuvimos la personería jurídica y empezamos a alquilar una sede. Hoy, Estamos en Vicente López, en una lugar cedido temporariamente por el municipio.

-¿Cuántas personas integran la entidad?

Las madres que estamos siempre somos siete. Silvia Irigaray y Elvira Gómez, mamás de Maxi Tasca y Cristian Gómez, muertos en un hecho de abuso policial en Floresta. Marta Canillas, mamá de Juan Manuel Canillas, muerto en un secuestro. Isabel Yaconis, mamá de Lucila Yaconis, muerta en intento de violación. Elsita Gómez, mamá de Daniel Sosa, muerto en hecho de abuso policial. Nora Iglesias, mamá de Marcelita Iglesias, quien cuando tenía seis años murió en el Paseo de la Infanta en Palermo al caérsele encima un monumento. Y yo, mamá de Kevin Sedano, muerto en un hecho vial en Vicente López, sobre la Avenida del Libertador.

¿Cuáles son los objetivos?

El primero de ellos es acompañar en todo lo que podemos a los familiares de víctimas en el doloroso proceso de buscar justicia. Digo esto porque a veces algunas personas se enojan y nos reclaman cuando no vamos a algún lado, sin comprender que todas trabajamos –ninguna de nosotras percibe un sueldo en la asociación- por lo cual le dedicamos el mayor tiempo que podemos entre nuestras ocupaciones y nuestras familias. Nos vamos turnando para acompañar a los familiares que vienen a nuestra sede y tenemos un equipo del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos –la Unidad de Intervención de Victimología – para guiarlos en todo lo relacionado al proceso penal. El segundo objetivo está relacionado precisamente con el sistema judicial: armamos proyectos, nos reunimos con autoridades y, sobre la base de nuestra experiencia, tratamos de analizar las modificaciones que deberían realizarse en la justicia.

-¿Cuánto de ese acompañamiento pudo vivir usted cuando sufrió la pérdida de su hijo?

Yo no tuve a nadie ni a nada, ni un medio de comunicación ni un familiar. Nada. En ese momento de tanto dolor y de tan tremenda soledad, empecé a conocer el funcionamiento del sistema judicial y me di cuenta de que era indispensable saber más y que para obtener justicia es necesario moverse, insistir, estar presente.

Es imposible no pensar en aquellas personas que, padeciendo este tipo de situaciones, carecen de las herramientas necesarias para actuar.

-Sin dudas, son muchos familiares que no lo pueden hacer. Yo, gracias a Dios tengo una cierta educación que me permitió moverme dentro del sistema, hablar con los fiscales, discutir con abogados. Sin embargo, a mí me veían morochita, chiquita, y me dejaban esperando por horas en las fiscalías. Siempre recuerdo un 30 de diciembre, en que había ido a ver un expediente a La Plata, con la esperanza de terminar el año con alguna noticia alentadora. Sentada en una silla, veía que detrás del mostrador estaban brindando, mientras esperaban que me fuera para cerrar la puerta. Tenía que ir al baño, pero sabía que si me movía no entraba más. Esperé siete horas. Vinieron, me mostraron la causa, me dieron copia, les dije “Feliz Año Nuevo” y me fui. Así funciona el sistema.

Cuando uno lee el caso de Kevin se da cuenta de que es una suma de irregularidades.

Sí. Es inconcebible pensar que una persona atropella a un chico de 14 años y lo deja tirado en la calle, adultera pruebas, miente y recién lo detienen cinco años después. E indigna saber que una condena de tres años puede resolverse en dos meses de cárcel y seis meses de prisión domiciliaria.

-¿Es cierto que mientras Kevin estaba luchando por su vida Eduardo Sukiassian se fue de viaje a los Estados Unidos?

-Sí. Me enteré de una manera sorprendente. Yo daba clases en un colegio secundario en el que también estudiaban mis hijos. Sukiassian lo hacía a dos cuadras. Cuando a Kevin lo atropellaron una ex alumna mía estaba en California trabajando en un centro de sky y me escribió un mail en el que me decía: “Vivian, acá estoy con Eduardo Sukassian y un amigo que vinieron a esquiar”. Gracias a ella pudimos saber que su padre lo había sacado de inmediato del país junto a una de las personas que iba en el auto en el momento del hecho. Tardaron cerca de 20 días en volver, quizás tenían miedo de que los metieran presos, sin saber que la justicia jamás tuvo la intención de hacerlo.

-Uno escucha tu relato y parece extraído de sátira en la cual los personajes se caracterizan por la ausencia de ética y de solidaridad. ¿Cómo logró moverse dentro de ese mundo?

-Para mí era todo nuevo, porque hasta ese momento no sabía ni qué era una fiscalía. Me presentaba como la mamá de Kevin, hasta le llevé una foto al fiscal para que viera que mi hijo no era un número de expediente sino un chico que había muerto. Quería hablar con el juez para sensibilizarlo o al menos que escuchara mi punto de vista. “Nadie quiere matar, es un accidente”, me decían todos. Y eso es mentira. Cualquiera puede tener un evento de esta naturaleza y puede ser un accidente si la persona que maneja está sobria, no utiliza el celular y no infringe ninguna ley. Distinto es el caso si, por ejemplo, está alcoholizada, si no respeta los semáforos ni los límites de velocidad. Esa es la diferencia que yo quería marcar y creo que con el tiempo lo logré.

 

-En la carta de renuncia a la presidencia de la Asociación, usted utilizó términos muy fuertes como “mendigar justicia” o “las chicanas del poder”. ¿Hubo algún hecho en especial que la llevó a dar un paso al costado?

– No, como dije en ese momento me cansé del maltrato y me asqueó el sistema judicial. A eso se sumó que en esos días había concurrido al Congreso porque se iban a discutir un proyecto referido al registro de ADN para violadores y otro sobre el abandono de personas en siniestros viales. Ambos cayeron, porque los diputados consideraron que era ‘estigmatizante para el violador’ y “coarta la libertad del conductor”, respectivamente. No pude soportar tanta desidia. En cuanto al maltrato le doy un ejemplo, entre miles. El primer juez que tuvo la causa de Kevin me dijo cuando fui a hablar con él: “Yo estoy acá por el imputado, no por su hijo, porque su hijo está muerto”. Solo por mis otros dos hijos no me tiré debajo de un tren en esos tiempos.

-¿Tuvo alguna buena experiencia?

-Sí, porque por supuesto que también hay jueces más honorables. Por ejemplo, supe quién estaba frenando la causa gracias a uno de ellos que, después de verme tanto tiempo en el tribunal, me dijo que el que llamaba por teléfono para averiguar el estado de la causa era León Arslanian, que, además de amigo de la familia Sukassian, en ese momento era ministro de Seguridad de la Provincia de Buenos Aires. Todos sabemos lo que eso significa.

Es un problema grave el de la Justicia. Desde la Asociación ya hemos pedido juicio político a dos jueces: Rafael Salari y Axel López, debido a que a través del conocimiento de varias causas vimos que, lejos de cumplir con sus funciones, liberaban a violadores y asesinos que volvían a delinquir.

-Después de tantos años trabajando en temas de violencia, ¿por qué considera que se frenan este tipo de causas?

-Creo que puede haber varias causas pero la fundamental es que la justicia no es equitativa y la figura de los ojos vendados y la balanza es un símbolo que no existe. Primero están los que tienen dinero y contactos, después vienen los pobres. Existe una ideología garantista, basada en que “cuantos menos presos, mejor”, que mira con un solo ojo y es totalmente desequilibrada.

-¿Cree que existen presiones de algún sector en particular?

-No lo puedo afirmar. Lo que sé es que en otros países basta con infringir la ley para ir preso. En los Estados Unidos, por ejemplo, si uno conduce habiendo tomado alcohol además de pagar una multa tiene que cumplir una condena. En nuestro país, si estacionas mal, pagás una multa. Si atropellas y matás a alguien, te cubre el seguro, no vas preso, no te llevan el auto, no pasa nada. Es que la vida no vale nada y no hay límites ni consecuencias. Hace años que venimos diciendo lo mismo pero no logramos que quienes nos gobiernan reviertan esta situación.

 

VOLVER A CERO

– ¿Cuál fue el destino de los proyectos de ley presentados por la Asociación?

-En 2006 presentamos el primer proyecto en el Congreso. Pensando que todo funcionaba con normalidad, lo dejamos en mesa de entrada, lugar del que nunca salió. Según nos enteramos uno o dos años después, para que lo tomen es necesario tener algún contacto con un diputado o senador. Años después presentamos otro en el que pedíamos que sean considerados agravantes, entre otros, el hecho de atropellar y huir o superar la cantidad de alcohol en sangre permitida. En ese momento se presentaron otros dos proyectos que perdieron estado parlamentario por no ser tratados. Lo hemos vuelto a presentar, tuvo media sanción en Diputados y en este momento está durmiendo en la Cámara de Senadores. En diciembre perderá nuevamente el estado parlamentario porque no lo quieren atender. Me informaron que hay otros proyectos en danza y no nos molesta tener que esperar si son mejores que el nuestro, la preocupación es que salga de una vez.

-¿Ustedes piden un agravamiento de las penas?

-No, lo que pedimos son penas porque no existen. Hay un gran vacío legal. Suskassian pudo pedir beneficios porque el Código se lo permite. Yo esperaba que al menos cumpliera con la pena otorgada, pero hay jueces que siempre fallan a favor de los delincuentes. Es inentendible. Si las cárceles no sirven, que las cierren y las conviertan en escuelas. Dejemos de ser hipócritas.

-¿Hay algún cambio en cuanto a la resolución de los casos de violencia?

-Hay un cambio grande en lo relacionado al abuso sexual y las causas de género. Está la comisaria de la mujer, hay distintos centro de apoyo psicológico y una estructura armada para recibir y apoyar a las víctimas. En el caso de los hechos de tránsito, los cambios son menores y la mayoría de los casos ni siquiera llega a juicio.

-¿Cómo está la Argentina respecto a la región en este tema?

-La Universidad de Buenos Aires realizó un estudio para conocer el grado de conocimiento que tienen los jóvenes –de 15 a 25 años de la CABA y el conurbano- respecto a las normas viales, poniendo especial atención en el consumo de alcohol. De las conclusiones, lo más me impactó es que el 60 por ciento dijo que alguna vez condujo o viajó con alguien con exceso de alcohol, y que no había tenido miedo porque no había mucho control. No hablaban de que podía pasarles algo. Sin dudas, hay que enseñarles a los jóvenes el valor de la vida y cómo conducir. Por otro lado, hay que realizar controles firmes, algo que no se hace como demuestra el tema de las picadas, que todo el mundo conoce y se siguen haciendo.

-¿Cuáles son los principales logros que obtuvieron con el trabajo de la asociación?

-Creo que logramos generar conciencia acerca de lo que pasa. Hoy la asociación es conocida y nos escuchan, saben que somos mujeres que trabajamos, que estuvimos con distintos gobiernos, que nos sentamos con todos los políticos y que ninguno es nuestro amigo o enemigo. A nivel general, la problemática tomó mayor visibilidad y en lo que al área Tránsito se refiere, se formó la Agencia Nacional de Seguridad Vial. Tratamos de seguir siempre formando sobre esta problemática a través de charlas en escuelas, universidades y a la comunidad en general sobre la violencia en todas sus formas. Hoy participamos de congresos internacionales e invitada por la Organización Mundial de la Salud ya participé de varios eventos en distintos lugares del mundo. Hace poco tiempo surgió la posibilidad de presentar ante un grupo de ONGs por la seguridad vial llamado “Alianza global” un proyecto y empecé a trabajar con escuelas de chicos hipoacúsicos y también con ciegos y sordos. Es importante relacionarnos porque así aprendemos cómo trabajan en otros países y podemos aportar nuestra experiencia.