
El gobierno nacional da muestras de estar en el camino adecuado para aprovechar las oportunidades que el escenario internacional ofrece para su inserción. Escribe Fabián Calle.
Hay dos errores comunes que, afortunadamente, el gobierno nacional no está cometiendo en materia de inserción internacional. Es más, existen indicios de que el presidente Mauricio Macri tiene la intuición correcta, orientada a buscar senderos que ayuden a la Argentina a sacar provecho de la “protobipolaridad” que ya se vislumbra entre EE. UU y China.
El primero es quizás uno de los mayores peligros: caer en el facilismo de extrapolar de manera automática el esquema utilizado en la década del 90 para hacer frente a la tríada de unipolaridad post colapso soviético, el avance del capitalismo y el colapso del modelo económico argentino. El segundo, también por ahora evitado, es el actuar bajo la creencia de la supuesta existencia de una crisis profunda y acelerada del poder americano.
Uno de los más destacados académicos de los estudios internacionales, Robert Gilpin, nos advertía en 1981 que las erosiones hegemónicas distan de ser lineales, mecánicas y fatalistas. Si para los años 70 se había puesto de moda decir que se asistía a un deterioro agudo e irreversible del poder americano, pocos años después se combinaron tres fenómenos que echaron por tierra con ese cliché. Se trató del liderazgo fuerte, carismático y movilizador de Ronald Reagan a partir de 1980, la maduración de la tercera revolución industrial (las PC, internet, telefonía celular, etc) con epicentro en EE. UU., y el fracaso del modelo socioeconómico comunista. Mientras en los 70 se reflexionaba sobre la erosión hegemónica norteamericana, para la segunda mitad de los 80 se comenzaría a hacer referencia al mundo unipolar.
La actual bipolaridad emergente dista de poder considerarse como un calco de la vigente entre 1945-1989 entre Washington y Moscú. En primer lugar, por el hecho de que EE. UU. y China son ambas capitalistas y con una fuerte interdependencia comercial y financiera. Las altísimas tasas de crecimiento de la potencia asiática desde 1979 se basaron y basan aún en gran medida en el boom de las exportaciones de manufacturas a EE. UU., Europa Occidental y otras potencias occidentales.
Además, si de diferencias se trata, respecto de la bipolaridad con los soviéticos post Segunda Guerra Mundial, un hecho no menor es el mayor protagonismo y peso actual de actores transnacionales como multinacionales, bancos, ONG, grupos terroristas, sean en red como Al Qaeda o territorialistas como ISIS, movimientos sociales y fenómenos como el cambio climático, el narcotráfico, pandemias, la proliferación de armas de destrucción masiva en manos de Estados y actores no estatales. Sin embargo, es importante destacar que existe una característica que se re – pite en ambos casos: la confrontación de dos paradigmas políticos diferenciados, la democracia republicana americana vis a vis el partido único y omnipresente en China.
LA OPORTUNIDAD BIPOLAR
Nuestro país dista de estar en una zona caliente de la geopolítica internacional, sin desvalorizar la tragedia venezolana, pero no por ello el campo de la política, de la academia, de la inteligencia estratégica y del mundo empresarial debe postergar una reflexión más articulada sobre el posicionamiento argentino en los bosquejos que van prefigurando una nueva bipolaridad.
Asimismo, es importante reconocer que el territorio americano será una zona de influencia fundamental de los EE. UU., aun en un escenario con rasgos más multipolares o incluso bipolares. Además, hay que tener muy en cuenta el rol importante que tiene y tendrá China como comprador de materias primas y como inversor en temas de infraestructura. Con ciertas remembranzas con el Reino Unido de fines del siglo XIX en estas pampas.
La fuerte y amplia recomposición de la relación de Argentina con los EE. UU. que se ha hecho el gobierno en estos 18 meses, así como la continuidad y hasta la ampliación de proyectos con financiamiento y tecnología china en temas nucleares, represas, transportes, comunicaciones, etc., es un dato no menor en este sentido. La decisión de mantener la autorización para la base espacial China en Neuquén es otro ejemplo a mencionar.
Es importante destacar que el gobierno nacional evita caer en historias o alarmismos que el propio Washington no tiene. Una molestia, sí; una amenaza, claramente no, sería la postura norteamericana.
La reunión que Macri y el presidente de EE. UU., Donald Trump, mantuvieron en abril pasado marca sin duda uno de los picos más altos de la relación bilateral, incluido el gesto americano, tan caro a la psiquis del “círculo rojo” argentino, de autorizar la compra de limones. La herencia de haber tenido durante medio siglo una relación privilegiada con una potencia hegemónica como el Reino Unido que necesitaba nuestras materias primas, nos sigue colocando en el centro de la agenda pero para productos primarios que EE. UU. difícilmente necesite. Por ello, avanzar en temas como el shale gas y shale oil, la energía renovable, la lucha contra el terrorismo y el narcotráfico, la no proliferación nuclear, el uso pacífico de la Antártida, el desarrollo software, la tecnología satelital, la nanotecnología, etc., parece el camino más adecuado.
Ambos mandatarios comparten no solo una relación personal y empresarial previa, de la década de los 90, sino también el haber sido sorpresas políticas con sus respectivos triunfos electorales. Pocos del círculo rojo de ambos países anticiparon sus victorias. Todas las fuentes relevantes destacan que la conversación telefónica entre ambos pocos meses atrás fue breve pero en un tono de amistad y empatía, y que la idea de mantener una reunión y posterior almuerzo, algo programado inicialmente para junio y que se adelantó a abril, no surgió de la ansiedad del mandatario argentino sino de su contraparte.
Macri ha venido destacando en los últimos días la intención de darle un rol central a los temas de comercio e inversiones, lo cual es lógico para una Argentina que de a poco intenta regresar al mundo luego de estar durante los últimos tiempos entre los países más cerrados en términos económicos.
Volviendo a concepción multipolar del mundo que tiene Macri, esto quedó reflejado en su viaje a China, al que fue acompañado por una importante delegación. De allí regresó con la firma de importantes acuerdos, como la construcción de dos centrales nucleares en nuestro país por un valor superior a los 13.000 millones de dólares. Por otro lado, otra premisa básica en este análisis de los caminos a seguir en el futuro cercano es la importancia de articular algunos consensos básicos con Brasil y Chile frente a esta configuración de poder que se ve en el horizonte.
LA CUESTIÓN CHINA
Quizás uno de los mayores aciertos del presidente norteamericano Donald Trump, ya sea por instinto de tiburón blanco o por sus ya reiterados encuentros con Henry Kissinger, haya sido poner el tema chino y de su ascenso y poder sobre el tapete. Los primeros 100 días de Trump en la Casa Blanca incluyeron las jornadas que compartió en La Florida, a la que denomina “su lugar en el mundo”, donde recibió al presidente chino Xi Jinping, sorprendiéndolo con la aparición de su pequeña nieta cantando en chino una tradicional canción oriental.
En diversos análisis recientes sobre esta primera etapa de su gobierno, se viene destacando la estrecha relación del mítico Kissinger con el presidente republicano y su entorno cercano, en especial con su influyente yerno y madre de su políglota nieta. Por esas vueltas de la política, en la pasada elección presidencial en EE. UU. una parte sustancial de referentes neoconservadores, que tuvieron un rol destacado en la administración de George W. Bush y la desafortunada e innecesaria invasión a Irak, terminaron respaldando a la candidata demócrata, Hillary Clinton. En tanto que un realista de pura cepa y eterno escéptico de las cruzadas como Kissinger terminó constituyéndose en un hombre de consulta de Trump.
La reciente escalada de tensiones de los EE. UU. con Corea del Norte, en su condición de país colocado en la zona de influencia geopolítica y económica de China, fue matizado por unas sorprendentes declaraciones del mandatario estadounidense en las que destacó la juventud e inteligencia del joven líder norcoreano y hasta justificó cierta paranoia y exageraciones que debe cometer para conservar el poder frente a enemigos internos. Se trató nada menos que de una magistral forma de lanzar la idea de un eventual espacio de diálogo de naturaleza más bilateral entre Washington y el último enclave estalinista.
De concretarse, esto no sería del agrado de China, que siempre ha sabido hacer uso de su influencia real y en muchos casos exagerada sobre Corea del Norte, una especie de as bajo la manga en su partida con los EE. UU. Un repaso de la historia entre China y Corea del Norte revela un mix de intereses en común pero también de recelos muchos de ellos milenarios. Como bien sabía Kissinger a fines de los 60 y comienzos de los 70, cuando dirigía la política exterior norteamericana, lo único que mantenía férrea la alianza entre la pro soviética Vietnam del Norte y la China de Mao, fuertemente crítica del comunismo post estalinista de Moscú, era la presencia masiva de tropas de EE. UU. en Vietnam del Sur. No fue de manera casual que poco tiempo después de la retirada ordenada por Nixon, estalló una guerra entre los vietnamitas y los chinos que terminó con una ventaja militar para los primeros.
Hoy, a más de cuatro décadas, los EE. UU. y Vietnam tienen una creciente y armónica relación diplomática, económica y también militar. Comparten un mismo objetivo: contener a China. Como nos advierte el realismo desde los escritos de Tucídides 25 siglos atrás, no hay enemigos ni aliados permanentes sino solo interés. Nuestra política exterior y de defensa debería evitar usar o manipular temas tan sensibles para ganancias facciosas de corto plazo y jueguitos para la tribu – na, a la hora de navegar en las turbulentas y cambiantes aguas del sistema internacional post unipolaridad. El nuevo escenario global es uno que requiere sin dudas de mucho realismo.