Un breve ensayo sobre el cuento de la escritora Katherine Mansfield, publicado en 1915, que hoy cobra un valor trascendental por lo vanguardista de su mensaje. Por Cecilia Chabod
Nacida en Nueva Zelanda en 1888 y educada en Inglaterra, la escritora Katherine Mansfield (Kathleen Beauchamp) decidió a los veinte años cambiar su apellido, adueñándose de su vida y de su libertad personal y artística, para emprender un intenso viaje existencial en Europa. Cercana a Virginia Woolf y a otros destacados intelectuales en la Londres de principios del siglo XX, compartió con ellos su postura en contra de la moral y la estética victorianas. Su obra narrativa, focalizada en protagonistas femeninas, resultó fundamental en la transición entre la literatura del siglo XIX y la del relato moderno. Aquejada por la tuberculosis, Mansfield murió muy joven, en 1923.
Esta vez, el cuento que nos convoca narra cómo el viaje hacia Alemania de una muchacha trabajadora, una “pequeña” –joven, pobre, insegura– institutriz inglesa, no termina como había sido planeado en su contrato. En un tren nocturno, atemorizada por un grupo de hombres jóvenes que socarronamente la hostigan, la protagonista encuentra a un anciano “como de cuentos” que le ofrece protección. De a poco, ella se relaja y a la mañana siguiente, ya en Munich, él le compra frutillas (magistral el erotismo que emanan esas frutillas), la lleva a almorzar, le compra un helado… y la muchachita no llega a destino a la hora convenida. Demasiado tarde se da cuenta de lo que los lectores ya veíamos: el abuso. Desesperada, comunicándose en un idioma que no es el propio, intenta llegar al hotel donde debía encontrarse con su empleadora, pero esta ya se ha ido.
La adolescente engañada es patrimonio universal de los saberes populares: seducción encubierta, trampa, abuso, escarnio, culpa, moraleja. “Las señoritas…/ no deben a cualquiera oír con complacencia / y no resulta causa de extrañeza / ver que muchas del lobo son la presa”, escribió Charles Perrault como moraleja del cuento “Caperucita y el Lobo” en su versión más cruel, en la que el Lobo se come a la niña desobediente.
“… siempre les digo a mis chicas que es mejor desconfiar de la gente en primera instancia, es más seguro sospechar primero que tienen malas intenciones y no creer que todas las intenciones son buenas… Tal vez esto le parezca muy cínico, pero tenemos que ser mujeres preparadas para la vida, ¿no es cierto?”, fragmento de La pequeña institutriz (1915)
Aquí, sin embargo, el logro de Mansfield es prescindir de la moraleja, ya que la historia se narra desde la inocencia absoluta de la protagonista. Es el contraste entre su mirada adolescente y la del mundo circundante lo que le da tensión a un relato cuyo final no sorprende, pero igualmente duele. ¿Acaso comience para ella otra historia, con humillación y más abusos?
Los lobos siguen al acecho: pueden ser productores de espectáculos, promotores de modelos, superiores jerárquicos, respetables allegados a la familia. Las caperucitas también existen hoy, en especial, si son muchachas que necesitan trabajar, condición que resalta su vulnerabilidad. Pero, como vengo sosteniendo en varias de estas columnas, creo que en este campo también hemos avanzado: gracias a las posibilidades que brindan hoy los medios de comunicación, la sociedad aprende a ser más receptiva y empática. Movimientos como el #MeToo, referentes del feminismo y gran número de escritores y comunicadores visibilizan estas situaciones, desarticulan el prejuicio y la culpa, abrazan a las víctimas y ¡por fin les creen! Recobrar la credibilidad es el paso fundamental para que puedan reconstruirse en su autoestima. Ya no son pequeñas; se fortalecen y han crecido.
Vaya en estas líneas un homenaje a las mujeres que se atrevieron a señalar hace cien años lo que debemos ver, para saber a quiénes proteger y a quiénes culpar. Desafiando muchos más prejuicios que los de hoy, estas escritoras trazaron el camino que en este momento estamos transitando. Lo que hoy llamamos “deconstrucción” lleva tiempo, claro que sí, pero mientras haya una chica y un abusador habrá una denuncia. Ante micrófonos y cámaras, miles de mujeres tienen la posibilidad de alzar la voz sin vergüenza, tal como lo hizo la audaz prosa femenina de Katherine Mansfield.
*La autora de este texto es licenciada en Letras y docente de Literatura.
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