
Las reservas hidrológicas del subsuelo representan el 97 % del agua disponible para el consumo y para todo tipo de actividades productivas. Por Susana Rigoz.
Conversamos con Adrián Silva Busso, doctor en Geología, máster en Hidrogeología, investigador del Instituto Nacional del Agua y docente de la Universidad de Buenos Aires, sobre las características y el conocimiento real que tenemos de este recurso esencial.
-Poco tenidas en cuenta debido a su invisibilidad, las aguas subterráneas son muy abundantes y están muy desaprovechadas a raíz de la falta de mediciones, datos concretos y estadísticas que permitan elaborar una información actualizada y confiable sobre ellas. ¿Cómo definiría el nivel de conocimiento regional de las aguas subterráneas en la Argentina?
-Considero que nos encontramos frente a un panorama desalentador, ya que son muy pocas las instituciones y los profesionales dedicados a este recurso; y como consecuencia, es dificultoso y caro generar información de calidad. Este año hubo una iniciativa de la Secretaría de Agricultura, Ganadería y Pesca dedicada a reflotar un antiguo y trunco proyecto de 1909: la elaboración del Mapa Hidrogeológico Argentino. En más de un siglo se hicieron mapas a escalas muy pequeñas, obras cartográficas realizadas por grupos o emprendimientos personales, pero no hubo una sistematización de la información referida a aguas subterráneas.
-¿Qué porcentaje del territorio nacional está relevado?
-Yo diría que alrededor del 10 %. Ahora habría que definir qué significa estar “relevado”. Porque si nos referimos a la existencia de cartografía, es real que existe material, pero no hay un mapa hidrológico oficial en ninguna provincia. En concreto, solo hay dos hojas hidrogeológicas a escala: una de ellas muy antigua, de 1984, hecha con el criterio de hace tres décadas, y otra, elaborada por mí junto a otros especialistas, hace 17 años en el sudeste de la provincia de Buenos Aires, que no tuvo difusión. Este material es ínfimo, comparado con el que existe en otras áreas. Es un problema permanente en nuestro país. Hay sectores mucho más trabajados, como la minería y el suelo, y si tomamos como ejemplo la Ley de glaciares de 2009 –otro recurso hídrico–, nos encontramos con que su inventario se encuentra mucho más avanzado que cualquier inventario de datos sobre aguas subterráneas. No le resto valor, pero me pregunto, desde el punto de vista de la producción, ¿son más estratégicos los cinco glaciares de los Andes en la provincia de San Juan o el acuífero Puelche en Entre Ríos y Santa Fe? Lo que quiero decir es que damos importancia vital a un recurso que se puede considerar hemisférico y desconocemos que la Argentina es un país agrícola, cuyo insumo indispensable es el agua.
-¿De qué hablamos cuando hablamos de la calidad del agua?
-Es un tema muy amplio, ya que puede analizarse desde el punto de vista del uso, del monitoreo del recurso, de sus calidades, e las estrategias de producción y de su uso. En el caso de la Argentina, lo primero que hay que aclarar es que, salvo en lugares excepcionales –como es la cuenca Matanza Riachuelo donde es posible tener una idea de valores y mejoras–, no existe un monitoreo sistemático de ningún curso de agua superficial ni acuífero subterráneo.
-¿Tampoco en casos especiales, como el del río Uruguay, cuya preservación fue motivo de conflicto con el Uruguay por la instalación de las pasteras en la localidad de Fray Bentos en 2005?
-Existen tomas de muestras, pero ese trabajo no se plasma en una información que circule públicamente y permita conocer la ubicación de las estaciones y los resultados, como ocurre con el caso de ACUMAR al que se puede acceder por Internet. Yo, al menos, no tengo noticias de que exista un monitoreo que permita tener un seguimiento de los parámetros en ningún otro lugar. Hay índices internacionales de calidad que permiten evaluar la evolución de un recurso, pero no es algo que haya visto en nuestro país.
-¿Eso significa entonces que no tenemos elementos para evaluar la calidad del recurso en la Argentina?
-Significa que si bien podríamos tener información puntual de ciertos lugares, tendríamos dificultades para dar una idea global. Existen trabajos serios que responden, como dije anteriormente, a iniciativas personales o a grupos de investigación abocados a necesidades puntuales de resolver un problema determinado. Por ejemplo, el Ministerio de Agroindustria solicitó al INA la realización de un estudio orientado a resolver el problema de los anegamientos en la provincia de Buenos Aires. Este trabajo se llevó a cabo y se dio el asesoramiento necesario con información valedera, pero se trata de algo específico, no sistemático.
-¿Cuáles son los principales usos de este tipo de cartografía?
-Es de una utilidad fundamental para la gestión de diferentes actividades productivas –consumo humano, agropecuario, minero, industrial, entre otras– e incluso para el ordenamiento territorial de regiones en expansión urbanística o agropecuaria, además de ser una base indispensable para los estudios de impacto ambiental del recurso. Son diversos los sectores –público, privado, académico, etc.– que vienen reclamando en las últimas décadas un producto cartográfico confiable que aporte información sólida sobre las condiciones del agua subterránea.
-En concreto, ¿para qué les serviría a las provincias la información específica sobre sus acuíferos?
En primera instancia, porque casi todas las fuentes de abastecimiento de agua provienen de los acuíferos. Pensemos en casos específicos. En nuestro país, tenemos grandes ríos, como el Paraná y el Uruguay; sin embargo, si tomamos la provincia de Entre Ríos, son solo un par de ciudades que captan agua de estas fuentes superficiales, mientras que en general la columna vertebral del abastecimiento urbano es el agua subterránea. Lo mismo ocurre en las provincias de Buenos Aires y Santa Fe. La ciudad de Buenos Aires, en cambio, es una de las pocas que capta agua para el abastecimiento del estuario del Plata del que vive alrededor del 85 % de la población. Estos son solo ejemplos que demuestran que el recurso de uso humano más directo y rápido es el subterráneo que, además, una vez puesto en propulsión, es también el más económico. Esa es la llave del éxito del recurso. De todos modos, no quiero dejar de aclarar que no estoy minimizando el uso del agua superficial, sino que al ser un estudioso del tema, soy consciente de que la gente y el agro utilizan fundamentalmente el agua de los acuíferos. Entonces, hablar de que lo estratégico pasa por otro lado, como los glaciares en la montaña o un río temporario perdido en la precordillera, es algo que no termino de entender.
-Si bien la Argentina cuenta con varios acuíferos, la mayoría de la gente conoce solo uno: el Guaraní, motivo de mitos y controversias.
-Pese a que hice mi doctorado sobre este tema, la verdad es que no creo que sea un recurso estratégico de importancia. El hecho de que los gobiernos de Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay hayan implementado el Proyecto del Sistema Acuífero Guaraní (SAG) para su estudio y preservación es una linda experiencia de gestión internacional, pero la realidad es que hasta ahora cuenta con 15 o 16 pozos y no se hizo más que crear centros termales y recreativos. Esto no está mal porque, a pesar de que es tecnológicamente caro recuperar el calor, puede ser la solución para un pueblo; sin embargo, no lo convierte en “algo estratégico” frente a otros acuíferos hidrológicamente importantes, como el Puelche, el Ituzaingó o los propios sedimentos pampeanos. ¿A qué se debe su gran difusión? Probablemente, a la publicidad que le otorgó el hecho de que haya habido inversiones de organizaciones internacionales, y a la propia idiosincrasia argentina que considera mejor todo aquello que viene de afuera.
-También trascendió una teoría conspirativa acerca de que existen países y organizaciones internacionales interesadas en robar el agua del Guaraní.
-Sinceramente, creo que ahí descarrilamos. Si alguien quisiera llevarse el agua, lo racional sería que pusiera un barco en el Río de La Plata en vez de intentar sacarla a mil metros de profundidad. Es tan absurdo ese planteo, como la acusación que le hacían al empresario ecologista Douglas Thompkins de comprar tierras para extraer agua, cuando en el lugar en cuestión el acuífero era salado. Creo que toda esa movida no fue más que un manejo político. En cuanto al SAG en sí, se trató de una megarecopilación regional de datos que no aportó nada nuevo. No hubo un antes y un después respecto de la información del Guaraní. Si tengo que hacer una evaluación, creo que se trató ante todo de un proyecto de gestión que tomó estado público y contó con elementos –como la cercanía a Buenos Aires y el hecho de que la gente pueda ir de vacaciones a sus termas– que le dieron visibilidad. Pero la verdad es que quienes lo consideran importante son aquellos que menos conocimientos tienen sobre aguas subterráneas.
-¿Cuáles son entonces los acuíferos más importantes del país?
-Sin dudas, aquellos que están relacionados con los depósitos sedimentarios fluviales desde el plio-pleistoceno hasta la actualidad, los que la gente conoce con el nombre de Ituzaingó, Puelche, Salto chico y también aquellos que se encuentran en los sedimentos pampeanos que también tienen una importante gravitancia. Con una profundidad muy variable, que en general no supera los 100 metros, se trata de diversas unidades que constituyen la principal reserva de agua del país. Urge que comencemos a trabajar a conciencia y de la manera adecuada.
-La Argentina cuenta con un organismo científico y tecnológico dedicado a la investigación, desarrollo y prestación de servicios relacionados con el recurso hídrico, el Instituto Nacional del Agua. ¿En qué situación se encuentra?
-Pese a que su función es clara, es una entidad nacional de investigación técnica que interactúa con organismos provinciales y universidades a fin de establecer criterios para el uso, la preservación y la elaboración de estudios que favorezcan la protección del agua como recurso general. La falta de atención otorgada por los distintos gobiernos neutralizó la función de esta entidad autárquica. Creo que los principales problemas que padece son la ausencia de una política nacional de recursos hídricos, la carencia de profesionales suficientes para encarar los estudios que necesitamos y la falta de jerarquización de esos cuadros desde lo económico, hecho que se traduce en la emigración de los científicos formados, que deciden aceptar otros trabajos que les permiten vivir. En definitiva, creo que estos son los puntos indispensables a resolver para empezar a trabajar con seriedad y abandonar esta característica tan arraigada de ser “bomberos locos” que van apagando incendios de un lado al otro.