A pesar de las controversias sobre Chávez, entre sus haberes se le puede reconocer la construcción de una relación estratégica con China. ¿Prevalecerá el vínculo bilateral con Venezuela en medio de las actuales turbulencias? Escribe Juan Pippia / Especial para DEFonline
En la década de 2000, en el marco del auge de los commodities, China se transformó en un “socio natural” de Venezuela. A partir del crudo, ambas naciones estrecharon vínculos y diversificaron sus relaciones. El mérito del expresidente venezolano fue haber sazonado la relación bilateral con un fuerte sesgo ideológico. En reiteradas oportunidades, Chávez comparaba y forzaba una “hermandad” entre la “revolución china” (que no fue una revolución, sino un triunfo militar en una guerra civil) y la “revolución venezolana” (que tampoco lo fue, sino que se trató de una victoria electoral). El andamiaje ideológico del chavismo se robusteció con las críticas al imperialismo y a EE. UU., así como las exaltaciones hacia el socialismo.
En los 2000 llegaron las inversiones, los préstamos y la financiación china, que resultaron vitales para la economía venezolana y transformaron a Pekín en uno de sus principales socios. En la presente década, China continuó invirtiendo y además estableció lazos de cooperación militar. En esa dirección, en septiembre de 2018, arribó a Venezuela el buque hospital Arca de Paz de la Armada china. El navío atendió a 1600 pacientes y realizó intercambios con médicos militares venezolanos.

En los últimos años y al compás del empeoramiento de la situación en Venezuela, la alianza entre Pekín y Caracas demostró su solidez. China supo barrenar tanto la presión internacional como los vaivenes de la economía venezolana. Recientemente, el gobierno chino respaldó a Maduro en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, cuando, en línea con Rusia, revindicó el principio de no interferencia en asuntos internos y eludió las acusaciones que lanzaba Washington. Luego del 23 de enero pasado, China se negó, al mismo tiempo, a reconocer a Juan Guaidó como presidente encargado y volvió a insistir con el mantra de la no interferencia y convocó a un cada vez más vacío “un diálogo entre las partes”.
Muchos sostienen que la continuidad del apoyo de China a Maduro se explicaría por lo económico, ya que el gigante asiático tendría un lógico interés en no perder los miles de millones de dólares que invirtió o le prestó a Venezuela.
Si bien dichas sumas son importantes para Pekín, lo económico no sería la variable independiente. Es muy probable que, aun bajo un eventual gobierno opositor o de transición, la relación sino-venezolana continúe e inclusive se expanda. La razón es muy simple: la economía venezolana no está en condiciones de “decir no”. Según el Fondo Monetario Internacional (FMI), en 2018 la economía bolivariana cayó 18 % del PBI, experimentó una hiperinflación del 1.300.000 % y uno de cada cuatro venezolanos no tienen trabajo. Esto significa que Venezuela continuará necesitando inversiones y prestamos chinos, por lo menos en el corto y mediano plazo. De hecho, en declaraciones a un diario chino, Guaidó afirmó: “El apoyo de China será muy importante a la hora de impulsar la economía y el futuro desarrollo de nuestro país (…)”. Con estas declaraciones se relativizaron aquellos postulados binarios que asumían que el ascenso de un opositor, necesariamente, conduciría a un distanciamiento de Pekín. Salvando las distancias, algo semejante se temía con Bolsonaro.

Entonces, la pregunta es la siguiente: ¿Qué explicaría la continuidad del apoyo de China al régimen de Maduro?
El apoyo de China se podría explicar por dos variables. Por un lado, se encuentra la perspectiva desde el tablero geopolítico; más precisamente su enfrentamiento con EE.UU. En ese tablero, la Venezuela de Maduro es una carta en manos de China que podría ser jugada en distintos escenarios de conflictividad que ambas potencias mantienen (ya sea la “guerra comercial”, la nueva “ruta de la seda”, la puja en el Mar Meridional Chino, la naciente “guerra tecnológica”, etc.).
Por otra parte, se encuentra lo que podría denominarse el “efecto inercia”. Como se remarcó arriba, la relación bilateral se cementó exitosamente con inversiones, comercio, cierta simpatía ideológica y la conveniencia geopolítica. Para las autoridades de Pekín, los hechos ocurridos en Venezuela no son más que un nuevo “hito” en una recta histórica que ya ha experimentado una significativa turbulencia. Sin ir más lejos, la dirigencia china puede encontrar un antecedente en una fecha tan cercana como 2015, cuando la oposición ganó las elecciones parlamentarias y obtuvo el control de la Asamblea Nacional. El efecto inercia incentiva la cautela y el conservadurismo en la diplomacia china. Inercia que se refuerza a sabiendas de que los factores económicos auspician la continuidad de la relación sino-venezolana.