“La mayor parte de los problemas que tendrán que enfrentar los Estados latinoamericanos están en el campo de las nuevas amenazas, de las guerras híbridas al terrorismo, del combate a formas delincuenciales organizadas y el problema del control territorial”.
Armando Borrero, magíster en Ciencia Política y experto en Defensa y Seguridad
“Seguridad regional en América Latina: retos y perspectivas en el siglo XXI” (Bogotá, 8/11/2013)
Casi con diez años de existencia, DEF ha intentado en todos estos años generar agenda y hablar de “los temas por venir”. Hoy que el tema narcotráfico y seguridad nacional están en juego y en la primera plana cotidiana de los medios, nos permitimos recordar con amargura que desde nuestros inicios fueron emblemas de esta publicación. Ojalá nuestros pronósticos no se hubieran cumplido, pero lo concreto es que de poco sirvieron las cientos de páginas dedicadas a advertir el crecimiento geométrico de este flagelo que hoy padecemos.
Estamos regresando de Colombia, donde con nuestra Fundación y junto con la Universidad Jorge Tadeo Lozano realizamos una jornada más, dentro del ciclo dedicado a la seguridad en la región. Nos reunimos para hablar de defensa y de fronteras, del narcotráfico y las nuevas amenazas, de la seguridad ciudadana y del rol de las FF. AA. en el siglo XXI. Tal como la experiencia que vivimos en los EE. UU. en el 2010, en aquella oportunidad junto con la Universidad George Washington, podemos asegurar que volvimos con mucho más conocimiento sobre esta problemática, pero también con las mismas convicciones con las que partimos desde Buenos Aires, relacionadas con la gravedad de la situación que enfrentan nuestras sociedades en la lucha de lo que bien podríamos denominar “transnacionales del delito”.
Involucramos en ello al narcotráfico, al lavado de dinero, a la prostitución, a las pandillas, a la trata de personas y al tráfico de armas, todos ellos siempre vinculados con el delito común, con el sicariato, con las extorsiones y los chantajes, con la siempre presente disponibilidad de dinero sucio para comprar voluntades políticas, policiales y de todo aquel que se ponga a tiro ante las necesidades de la delincuencia. Esto también forma parte de la aldea global y es la feroz contracara a los avances científicos, a los avances de comunicación y a la vinculación positiva entre todo el planeta.
Lo concreto es que, disponiendo de una absoluta movilidad y ausencia de leyes y ética propia, el delito no reconoce fronteras, no tiene límites demarcatorios ni tampoco reglamentos de conducta. Su campo de acción es el mundo, y sus procedimientos son cambiantes en cuanto lo requiera la situación imperante. Jamás está atado a consultas o procedimientos, mientras que los que deben enfrentarlos deben requerir instrucciones de sus gobiernos e instituciones a cada hora y en cualquier circunstancia. Nuestra región está en el centro de la escena por múltiples razones, entre otras, porque posee las más importantes zonas de cultivo de cocaína, aún mantiene importantísimos sectores de su población sumidos en la pobreza e indigencia, sus controles tecnológicos y fronterizos son mediocres y la coordinación interestatal no cumple los estándares internacionales aceptables. Casi como un ejemplo metafórico, concordamos todos los que nos reunimos en Bogotá que, tal como la mitológica Hidra de Lema, ante cada cabeza cortada, se regeneran otras, en otro lugar y a velocidades que impiden siempre enfrentarlas con éxito.
Bien, tal como explicaron expertos en inteligencia y otros funcionarios afines, entender la situación es el principio básico para resolver los problemas que emergen de esta compleja problemática. Este concepto básico choca mil veces en la Argentina y en otros países vecinos, con la idea voluntarista de plantear un panorama atenuado, a veces confundido y otras, directamente equivocado. Este es un primer paso fatal para tomar medidas que estarán condenadas al fracaso. Así fue que en la conferencia, planteamos este tema como una idea básica para ser discutida. En mi caso, me permití exceptuar a Brasil de esas consideraciones. Este es un socio particular, con problemas tan graves como los nuestros, pero que los enfrenta de manera excepcionalmente diferente y que, seguramente, será motivo de un análisis en otra oportunidad. Lo cierto es que, tal como dijera su exministro de Defensa, Nelson Jobin, en una conferencia organizada por nuestra Fundación en el 2009: “Brasil encara la estrategia nacional de defensa como un programa de Estado y no como una propuesta política partidaria”. Agrego que a esa propuesta, Brasil le asigna un presupuesto de 33 mil cien millones de dólares para el área y una industria pesada afín única en Sudamérica. Mantenida esa continuidad histórica, expresada por Dilma Rousseff y su actual ministro de Defensa Celso Amorím, es que analizamos en el resto del continente, con sus más y sus menos, los problemas que podemos definir como comunes, a saber:
– Vivimos todos en una región dominada indiscutiblemente por la presencia de los EE. UU., cuya condición de líder en defensa y seguridad en el mundo es apabullante. Su superioridad aérea, naval, tecnológica y en ciberguerra está a la vista con una inversión anual de 682 mil millones de dólares, más que la inversión de los quince países que le siguen, siendo el 40 % del gasto mundial en defensa. Su actual política alienta una reducción de sus fuerzas terrestres, procurando de sus aliados acciones vinculadas a la ocupación, de manera de contrarrestar una opinión pública interna adversa. Esta realidad alumbra al mundo y, de más está decirlo, afecta particularmente al resto de nuestro continente.
– En la región, con las excepciones ya nombradas, las políticas permanentes son excepcionales, el largo plazo casi inexistente y las variaciones entre gobiernos de distinto signo son de tal envergadura, que resulta casi imposible generar estabilidad en áreas donde estas condiciones son básicas para generar estructuras confiables. Cualquier estrategia será útil solo en la medida en que se cuente con el respaldo político y con el tiempo necesario para desarrollarla. Hoy por hoy, frente a cada oportunidad en que el camino se desanda, no ocurre una detención, sino cuando menos el atraso de una década.
– La mayoría de nuestros países se caracteriza por disponer de escasos recursos, de zonas con atrasos importantes; hay pobreza estructural y marginalidad proclive a la delincuencia; el trabajo informal es común y también las migraciones interpaíses que poseen fronteras permeables. Esta es una realidad que requiere siempre el empleo de recursos para paliar situaciones imprevistas; esas urgencias modifican los presupuestos de nuestras economías casi en forma invariable. Todas las áreas del estado quedan afectadas por estos cambios y particularmente las inversiones en Seguridad y Defensa sufren ese deterioro.
– La región presenta ventajas internacionales a futuro de inmenso valor, grandes espacios, agua y energía, zonas aptas para los cultivos, en general con bajas tasas de población y una gran riqueza en biodiversidad que incluye extraordinarios litorales marítimos. Ello obliga, aun contra la propia voluntad, a disponer de Fuerzas Armadas aptas y entrenadas para la defensa exterior, obligando a que sus capacidades requieran poder cumplir con multiplicidad de funciones, algunas antagónicas. Esto ocurre aun existiendo excelentes mejoras entre los países de América por la imposibilidad de armarse de un día para el otro ante la potencial codicia internacional. Se han desarrollado en las últimas décadas múltiples medidas de acercamiento entre nuestros Estados lo que genera altas probabilidades de una convivencia en paz y de que la solución a cualquier diferencia se resuelva por medidas pacíficas. Esta extraordinaria ventaja que brinda un bloque regional como la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) –que destacó por sus intervenciones ante crisis institucionales en Bolivia, Ecuador y Paraguay– debe indudablemente incrementarse con la apoyatura técnica correspondiente y la integración de los servicios de inteligencia de manera concreta y efectiva para poder enfrentar a los trasnacionales del delito, el más inmediato enemigo común que tenemos. En el marco de la Unasur, destacamos la creación, a propuesta de Brasil, del Consejo de Defensa Sudamericano (CDS), con los objetivos declarados de consolidar la región como una “zona de paz” y “constituir una identidad sudamericana en materia de defensa”; así como la constitución del Centro de Estudios Estratégicos del CDS con sede en Buenos Aires. Por último, durante la última reunión en Lima, el Consejo Sudamericano en materia de Seguridad Ciudadana, Justicia y Coordinación de Acciones contra la Delincuencia Organizada Transnacional aprobó el Plan 2013-2017 para la construcción de una red de inteligencia antidelincuencial que debería permitir “armar mapas de violencia criminal que están ligados entre sí, con operaciones en nuestros países alrededor del narcotráfico, lavado de dinero, usura y trata de personas”.
– La escasez de recursos de los que en general disponemos contrasta con el uso parcial de los mismos. Hay cuestiones políticas e ideológicas que siguen dividiendo temas como Seguridad y Defensa, aspecto que hoy de por sí resultan imposibles de dividir. Son ideas que atrasan mucho más que una década y que vienen de la aversión que generan las “políticas de Seguridad Nacional” por las secuelas que dejaron en nuestros países y que aún hoy pagamos. Debemos entender que el contexto en el que se originaron ya no existe y que el Estado debe usar todos sus medios en forma conjunta ante tremendo desafío. Solo como elemental ejemplo, resulta inconcebible pensar en acabar con el narcotráfico en el Gran Rosario sin una adecuada radarización de nuestras fronteras, sin la detección de las pistas de aterrizaje clandestinas en todo el país y sin una coordinación eficaz entre nuestra Fuerza Aérea, nuestra Gendarmería, la Policía Federal, el resto de las fuerzas provinciales y la justicia.
Este es un panorama posible de la situación en la que vivimos. Ahora bien, resulta algo soberbio intentar imaginar un futuro en un mundo global en el que todo cambia a una velocidad donde muy pronto los nativos digitales ya serán antiguos ante las nuevas tecnologías por venir. ¿Qué hacer entonces? No parece buena la solución del ñandú, avestruz americana en extinción en estas pampas, que corre y corre ante el peligro y agotado ante el estrés, cava un hoyo en la tierra y esconde la cabeza. Esa parece una muy mala solución. Nuestra humilde propuesta es simplemente analizar a fondo la situación, no equivocarse en esa mirada estratégica y que de ese análisis surja, más integración, más medidas de confianza, más inversiones y más tecnología. Debemos disponer de leyes consensuadas entre todos, debemos fomentar el prestigio institucional de todas las áreas vinculadas a la Defensa, a la Seguridad y al Poder Judicial. A partir de allí, acompañar con políticas de mediano y largo plazo que se cumplan. Esos son caminos que otros países ya han transitado con buenos resultados.
La Argentina, dentro de este contexto, parece despertar en estos días de un largo letargo, letargo que fue ventaja para el narcotráfico y para la muerte. Así lo atestiguan a diario nuestras estadísticas, también la violencia cotidiana que no requiere de números, también el Paco y el nivel de consumo de cocaína, de la que nuestro país es líder triste en Sudamérica. La Iglesia, la Corte Suprema y las ONG pertinentes alertan sobre este fenómeno que ya tiene zonas incontrolables, incluso con participación de estamentos del Estado del lado del delito. Aquí aplica como nunca el “Argentina somos todos”. Y el gobierno no debiera sentir como un ataque estas voces, no debiera matar al mensajero. Por el contrario, debiera entender y compartir el nivel de preocupación que genera en toda una sociedad que durante décadas supo mirar indiferente el problema, “el problema” que era de otros y ahora les estalló en la cara. No hay tiempo para dilaciones.
Hemos estado muchas veces en Colombia, allí en la querida Bogotá volvimos a conversar una vez más con uno de sus principales líderes, el exgobernador de Nariño y precandidato presidencial, Antonio Navarro Wolf, un sobreviviente del M19, plenamente integrado a la vida democrática y hoy ejemplo de responsabilidad cívica. Me permito rescatar de esa charla informal el concepto de que “cada gobernante tiene el derecho de elegir sus prioridades, pero ellas no deben ser declaraciones de tribuna, sino que deben volverse acto en la asignación de recursos políticos y materiales”. Estas ideas trajeron a mi memoria la crítica de un profesor hace ya muchos años, que con sabiduría, ante la quinta expresión de la frase las “cosas fundamentales a considerar”, dijo: “Si todo es fundamental, nada es fundamental”. Bien, la Defensa Nacional, la Seguridad Ciudadana y la vida y los recursos de todos los países de la región son una responsabilidad de Estado, pero también de todos y cada uno de nosotros.
Si esto es fundamental o no es fundamental es la pregunta que seriamente deberíamos respondernos.