Durante el 2020 y lo que va del 2021, se multiplicó el trabajo en las unidades de terapia intensiva, sobrecargando la tarea de los especialistas. Sobre la realidad que viven los médicos intensivistas, conversamos con la doctora Candela Llerena, médica del Hospital Central de San Isidro Melchor Ángel Posse. Por Susana Rigoz
Pese a estar acostumbrados a trabajar en la primera línea de acción del sistema sanitario, el incremento del número de pacientes en estado grave sumado a los nuevos protocolos y al temor al contagio representó un desafío más para los intensivistas. La pandemia de COVID-19 evidenció el rol clave de las unidades de terapia y de contar con profesionales preparados para desempeñarse en ellas, sin los cuales sumar camas o respiradores es un recurso inútil.
“La especialidad está en crisis pero no hay que engañarse pensando que es producto de la pandemia. La situación en la que nos encontramos se fue generando de a poco a través de los años. Hace tiempo, trabajando en un hospital de Paris, me di cuenta del asombro que generaba mi capacidad para resolver cualquier problema práctico. No sabían que esto es inherente a nuestras condiciones de trabajo, basta con recordar que durante la crisis de 2001 atendíamos a pacientes acostados arriba de una frazada, con el suero colgando de un clavo en la pared. Es muy duro trabajar con un sistema en contra. Uno se enferma con la voluntad de curar a los demás”, reflexiona la doctora Candela Llerena, médica del Hospital Central de San Isidro Melchor Ángel Posse.
FALTA DE PROFESIONALES EN TERAPIA INTENSIVA
-¿Cómo se forma un médico intensivista?
-Medicina crítica y terapia intensiva es una especialización de posgrado que se cursa a nivel universitario o de colegios médicos, a la que se suma una formación práctica. La residencia consta de un año de clínica médica y otros tres de terapia intensiva. La cantidad de años de formación es similar al de las otras especialidades, pero el desgaste es mayor porque implica muchas guardias, que son, en general, turnos de 24 horas. No existe la terapia intensiva de consultorio.
-¿El médico terapista tiene que saber de todo?
-Quien trabaja en terapia sabe el manejo extremo y desbalanceado de todas las patologías, desde un posoperatorio hasta un trastorno clínico o un embarazo complicado. Quizás no sabemos manejar una anemia de consultorio, pero tampoco es importante porque nuestra función es dar soporte, con máquinas o a nivel médico, a cada órgano que entra en insuficiencia.

EL ESCENARIO EN PANDEMIA
-Mucho se habló de la fabricación de respiradores en la pandemia y poco de la escasez de profesionales que puedan utilizarlos. ¿Estás de acuerdo?
-Es así, un respirador no sirve de nada sin un recurso humano que lo sepa manejar. En el país, hay 1800 médicos intensivistas de adultos para alrededor de 9000 camas; las pediátricas rondan las 2000. El 70% de estas camas están cubiertas con respiradores, porque no todo paciente lo necesita. En épocas comunes, se requiere un médico cada siete camas de guardia, una enfermera especialista en terapia intensiva, cada dos y un kinesiólogo intensivista. Ya son tres carreras de salud diferentes, a las que hay que sumarles diversas especialidades (radiólogo, extraccionista, bioquímico, hemoterapista, entre otros) y los interconsultores del hospital, según requiera el estado del enfermo. En síntesis, es un servicio que necesita muchos recursos y funciona bajo la guía del médico intensivista.
– ¿Por qué considerás que siendo una especialidad clave es poco elegida por los profesionales?
-Creo que las razones son diversas. Por ejemplo, aunque en la facultad hay materias específicas de casi todas las especialidades, terapia intensiva no está en la currícula de grado de ninguna universidad y hay alumnos que se reciben sin conocerla por dentro. Otra cuestión importante es el factor económico ya que no es justo que un residente de terapia tenga la misma remuneración que el de otras especialidades que no hacen guardia. En definitiva, creo que ayudaría si mejoraran las condiciones laborales, desde los sueldos hasta lo edilicio. Aunque parezca mentira hay instituciones donde hay colchones con pulgas, hacinamiento, falta de agua caliente. Todo muy miserable.
CONDICIONES PRECARIAS
– ¿Mejoraron algunas condiciones con la pandemia?
– Diría que empeoró. La Sociedad Argentina de Terapia Intensiva, SAPI, sacó un plan de contingencia para armar las terapias con los medios existentes. La propuesta consistía en que hubiera tres médicos cada doce camas (no uno cada tres como es usual), acompañados con enfermería. Y, ante la escasez de recursos formados en la especialidad y a fin de multiplicar la atención, nombrar un intensivista que supervise a los profesionales no especializados. Era una buena opción, pero se pudo implementar en pocas instituciones. En cuanto a la información que dice que se duplicaron las camas de terapia intensiva, no es real, lo que se hizo fue sumar las de clínica médica y de cirugía a nuestro servicio. El número total no cambió. Se incrementaron son los respiradores, pero los médicos seguimos siendo los mismos, sobrecargados de tarea. En mi caso, por ejemplo, llegue a trabajar 80 horas semanales.
-En este nuevo escenario, a las difíciles condiciones normales se le sumaron nuevos protocolos. ¿En qué consisten?
-Antes entrábamos a la sala de terapia ante cualquier requerimiento; ahora, el hecho de tener que vestirnos de modo especial cambió toda la rutina de trabajo: tratamos de hacer todo al ingresar a la unidad, mientras alguien controla desde afuera. Usar el equipo de protección personal (camisolín, guantes, dos barbijos, antiparras, escafandra), incluso el método prusiano que debemos utilizar para colocarlo y sacarlo a fin de evitar el contagio, es muy estresante por la atención y el tiempo que requiere.
EL SÍNDROME DE BURNOUT
-¿Cómo impacta en lo personal el hecho de estar tan cerca de la muerte?
-Aunque trabajamos cerca de la muerte, lo hacemos siempre desde el lado de la vida. ¿Qué genera? Frustración, impotencia, llanto, ansiedad, estrés y en algunos casos, depresión.
-¿Ese es el famoso síndrome de burnout?
-Claro. Es el síndrome de “estar quemado” y pese a que se trata de una enfermedad reconocida por la Organización Mundial de la Salud como uno de los principales problemas de salud mental, antesala de muchas patologías psiquiátricas, no hay prevención. Es un estrés laboral crónico que padecemos la mayoría de los intensivistas.
-¿Cómo repercute en la relación con los pacientes?
-Algunos de los síntomas son la despersonalización, el agotamiento emocional, la actitud cínica y distante frente al trabajo. Estas características muchas veces se confunden y es entonces cuando se dice que el médico “se hizo una coraza”. En otro orden de cosas, se pierde la habilidad de comunicar y predomina la sensación de ineficacia en la tarea. Físicamente, dolor de cabeza, diarrea, colon irritable, reflujo, gastritis.