En septiembre pasado se registró una importante actividad del volcán Villarrica, en Chile, renovando los temores de las poblaciones cercanas. Sobre el funcionamiento de este fenómeno natural, conversamos con el doctor Claudio Parica, geólogo, profesor de la Universidad de San Martín.
Por Susana Rigoz
Ubicado a 800 kilómetros al sur de la ciudad de Santiago de Chile y a casi 100 kilómetros de San Martín de los Andes, en la provincia Neuquén, el volcán Villarrica volvió a decir presente. El progresivo aumento de su actividad sísmica llevó a que el Servicio Nacional de Geología y Minería de Chile declarara el alerta naranja y realizara la evacuación de decenas de familias asentadas en el perímetro de exclusión de ocho kilómetros del volcán.
Si bien las erupciones volcánicas generan un temor ancestral en los seres humanos y pueden tener efectos devastadores, el número de víctimas de estas manifestaciones es muy inferior comparado con los tsunamis, terremotos o inundaciones, entre otras catástrofes.
Originados en el desplazamiento de las placas de la corteza terrestre que al reacomodarse liberan energía, estos fenómenos acechan a cerca de 500 millones de personas en el mundo. Y, más allá del riesgo que conllevan, no hay que dejar de tener en cuenta que el vulcanismo, en gran medida, “es generador de los grandes yacimientos minerales y, en algunos casos, de energía. Es una manifestación de la vitalidad de la naturaleza que no se puede controlar, pero sí prever y monitorear”, explica Claudio Parica.

Te puede interesar: ¿Por qué Argentina es un país atractivo para el desarrollo de energías renovables?
¿Es factible reducir los riesgos de las erupciones?
Vigilar los volcanes activos para conocer su comportamiento y saber cuándo van a entrar en erupción sirve para disminuir los impactos. “Hay que controlar todo el entorno teniendo en cuenta varios parámetros como las emisiones de gases, la temperatura del suelo, la actividad fumarólica -mezcla de gases y vapores que surgen por las grietas exteriores de un volcán a temperaturas altas-, la sísmica de baja intensidad, semejantes al movimiento que se puede sentir en un andén cuando pasa un tren a toda velocidad”, ejemplifica el especialista. Se trata de parámetros relativamente constantes que al modificarse indican que el magma (masa compuesta por rocas fundidas, cristales de minerales y gases) empieza a acercarse a la superficie y se aproxima una erupción.
Entre las manifestaciones previas pueden presentarse la salida de lava con liberación de gases, diseminación de cenizas, ríos de agua caliente y aluviones de barro. “Hay volcanes que hicieron daño sin hacer erupción. Es el caso del Nevado del Ruiz en Colombia a fines de los 80, cuando se derritió la nieve del cráter generando un torrente de barro que arrasó con el pueblo que estaba al pie”, ejemplifica Parica.

Te puede interesar: Cambio climático: un planeta embravecido
Las consecuencias de la lava y los gases tóxicos
Las erupciones presentan grandes diferencias y poder pronosticarlas permite establecer previsiones. Pueden provocar violentas explosiones de gases que forman nubes de humo, lluvia de piroclastos (fragmentos sólidos arrojados al aire) y hasta lentas emisiones de lava.
Conocer el comportamiento pasado de un volcán muchas veces indica cuáles son las medidas que se deben tomar. “Hay algunos volcanes cuyas manifestaciones no tienen mucho alcance y preverlas permite actuar con cierta tranquilidad. Otros, en cambio, son muy violentos y exigen una alerta temprana y despejar el área, al menos la más próxima, con la mayor velocidad posible”. Ejemplo de ello es el volcán Santa Helena ubicado en Washington, cuyas erupciones en mayo de 1980, mataron a 57 personas, destruyeron más de 200 casas y hectáreas de bosques de abetos, y cuyas cenizas cubrieron ciudades distantes a unos 400 kilómetros. “Fue una de las más violentas que hubo en la historia, con emisión de piroclastos en forma ultrasónica. Entonces lo que no destruyó el material eyectado, lo hizo la explosión. Esas erupciones son de alto riesgo y pueden acabar con grandes extensiones a su alrededor. Un dato para tener idea de su magnitud: se calcula que en el hemisferio norte la temperatura disminuyó medio grado durante un año, debido a la delgada nube generada por las cenizas que impidió la llegada de radiación a la superficie”.
Por su parte, las erupciones lávicas en general son tranquilas y, aunque arrasan todo lo que se encuentra a su paso y pueden provocar graves incendios, dan tiempo a abandonar el lugar. Un caso típico es el del archipiélago de Hawai donde la gente convive con los volcanes con una tranquilidad impresionante, además de servirse de ellos porque representan una gran atracción turística. “La lava tiene movimientos muy lentos y avanza a muy pocos centímetros por minuto. Da tiempo a escapar y, muchas veces, si las coladas no son de gran extensión, le tiran agua para enfriar el frente y este mismo puede llegar a actuar como dique”.

Te puede interesar: ¿Por qué Argentina necesita una ley de humedales?
Y si hablamos a largo plazo, ayuda a los pronósticos el hecho de que el volcán tenga algún tipo de ciclicidad. “Hay fenómenos volcánicos, como por ejemplo el del Parque Yellowstone en Estados Unidos, con fumarolas que tienen periodicidad. Es un clásico: se vacía de agua el depósito volcánico, se vuelve a llenar, se calienta el agua, sale, etc. Más allá de indicar actividad, estas manifestaciones se consideran póstumas, es un volcán que está tendiendo a la extinción y se espera que no vuelva a tener erupciones violentas pero hay que vigilarlo”.
Volcanes mortales, los peligros de la proximidad
A lo largo de la historia hubo algunas erupciones destructivas que justifican la mala fama de los volcanes. Un caso emblemático es el del Vesubio que entró en erupción en 79 a.C., provocando una lluvia de ceniza volcánica y columnas de gases y piedras que alcanzaron los 33 kilómetros, liberando una energía equivalente a 100.000 veces la de la bomba nuclear de Hiroshima, y sepultó la ciudad de Pompeya. “La gente no tuvo tiempo de nada, todo fue cubierto y las cosas quedaron como estaban en ese momento, intactas, sepultadas por las cenizas. Por ello en la actualidad es una de las grandes maravillas arqueológicas del mundo”, explica Parica.
Y aclara que el peligro está directamente relacionado con la distancia, son riesgos de proximidad. “Si se está muy cerca, seguramente será perjudicado por todo. Si hay lava, aunque se movilice lentamente, puede arrasar una zona y dejarla totalmente cubierta; además, como el material suele salir incandescente, no solo sepulta sino que incendia. A su vez, los gases contaminantes tóxicos -azufre, arsénico, etc.- pueden alterar espejos de agua o chorrillos, provocando envenenamiento por alta concentración de contaminantes. Cuando las erupciones son violentas, suele destruir el entorno del volcán y llegar a grandes extensiones. En la medida en que uno se aleja, los riesgos disminuyen muchísimo, incluso la caída de cenizas no alcanzan grandes espesores a la distancia, no sepultan”.
A esto, hay que sumarles también los efectos nocivos en la salud de la población como irritación de la piel y de las vías aéreas, alteraciones respiratorias, exacerbación del asma, estrés e incluso afección de las funciones inmunológicas y la contaminación atmosférica producida por los dióxidos de carbono y de azufre, principales gases contenidos en el magma.

Te puede interesar: Energía Solar: la clave está en el cielo
La otra cara de la moneda: los beneficios de las erupciones
Pese a esto, millones de personas viven expuestas a estos riesgos, incluso en las laderas o al pie de los volcanes. El fenómeno deja de ser incomprensible cuando analizamos la otra cara de la moneda: los suelos son extremadamente fértiles porque las cenizas, ricas en sales y minerales, abonan la tierra al punto de proporcionar varias cosechas al año. “Siempre hay que tener en cuenta que, más allá del miedo que generan, han sido benéficos para el planeta. Buena parte de los yacimientos minerales, de cobre por ejemplo, están asociados al vulcanismo así como el enriquecimiento del suelo. Un claro ejemplo es el del pueblo Los Antiguos, en la provincia de Santa Cruz, que sufrió la erupción del volcán Hudson en agosto de 1991 y a los pocos años se transformó en un exitoso productor de frutillas”.
Otro factor destacable es la utilización de la energía geotérmica, aquella que puede ser obtenida mediante el aprovechamiento del calor del interior de la Tierra. “Es una energía limpia y natural. En Islandia, por ejemplo, la usan para calefaccionar. El agua caliente hace que se puedan también mover turbinas para generar energía eléctrica”, detalla.

Por último, Parica hace hincapié en la importancia de realizar un monitoreo: “Es clave porque, a diferencia de los demás procesos, el vulcanismo como los terremotos es uno de los pocos fenómenos geológicos inmediatos. Analizar los riesgos potenciales permite tomar las decisiones correctas”, finaliza.