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El futuro de Brasil es hoy

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Muchas veces se afirmó, durante el siglo XX, que “Brasil era una potencia del futuro” pero que ese futuro nunca llegaba. Esa mirada fue superada por los acontecimientos de los últimos 20 años. El futuro de Brasil es hoy. Escribe Diego Guelar


Es importante entender que, si bien el crecimiento estimado para el año 2014 no supera el 2,5 por ciento del PBI (incomparable con el 7,5 por ciento de 2010), hoy estamos hablando de la sexta economía mundial –2,3 trillones de dólares–, con una mecánica de funcionamiento muy similar, en cuanto a su programa fiscal, presupuestario y financiero, a las europeas, que se encuentran en un ciclo de estancamiento y/o bajo crecimiento.

México y los EE. UU. crecieron también aproximadamente un 2 por ciento en 2013. Nadie puede compararse con los índices chinos históricos –10 por ciento anual–, ni con el “ajustado” de 2013 –7,5–, por ser un caso especial e incomparable. Tampoco lo podemos hacer con el 13 por ciento del Paraguay en 2013, por tener una particularidad difícil de homologar internacionalmente. Brasil tiene tres restricciones “estructurales” difíciles de superar, a saber. En primer lugar, los altos precios de sus commodities más importantes –hierro y soja– han concentrado recursos en la producción de esas materias primas, que representan el 65 por ciento de sus exportaciones a China, su principal socio comercial. Esto ha desacelerado su proceso de industrialización y ha primarizado su economía.

En segundo lugar, la necesidad de subsidiar su crédito interno –centralmente, a través del BNDES (Banco Nacional de Desarrollo)–, captando recursos internacionales a una tasa superior a la de su colocación local.

Por último, una tasa de interés que sigue siendo alta –en términos reales–, que juega como reguladora del índice de inflación y evita la fuga de capitales limitando tanto la oferta como la demanda de productos y servicios. Cabe destacar que, en enero de 2014, la tasa de referencia del Banco Central subió al 10,50 por ciento del 7,25 por ciento vigente en marzo de 2013 para contener la fuga de capitales que, el año pasado, superó los 12.000 millones de dólares. Recordemos que las tasas de referencia norteamericana y europea están entre 0,25 y 0,50 por ciento.

Cinco administraciones sucesivas –dos de Fernando Henrique Cardoso, dos de Lula y una de Dilma Rousseff– han venido sosteniendo exitosamente la política de reemplazar la teoría de la dependencia por la de la integración y la interdependencia global, que les ha permitido en 10 años incorporar a más de 40 millones de brasileños a la nueva clase media y, si bien no se han alcanzado índices de productividad equivalentes a los americanos o los chinos, desarrollaron una serie de industrias de punta, como la aeronáutica, la petroquímica y la energética, transformándose en los primeros productores de etanol y los cuartos de petróleo.

Pero lo óptimo es enemigo de lo posible y, en este último campo, Brasil es un verdadero éxito universal y un ejemplo de cómo superar el subdesarrollo alcanzando bajas tasas de natalidad y creciente desarrollo de su estructura educativa, que hasta hace 20 años era absolutamente deficiente.

De todos modos, su logro más significativo es el de haber conseguido un alto grado de institucionalidad, consolidando su estructura de partidos, enfrentando una lucha sin cuartel contra la corrupción y alcanzando la plena independencia del Poder Judicial.

En el campo internacional, su activo rol en las Naciones Unidas, la OMC, los BRICS y el G-20, le han dado un protagonismo acorde con su lugar como sexta economía del planeta.

Quizás la mayor asignatura pendiente sea no haber podido avanzar más en la dimensión sudamericana, al haber quedado encapsulado en la dimensión atlántica, con Argentina y Venezuela sin reconocer el espacio geopolítico y económico ganado por Chile, Colombia y Perú en la región. Ahora deberá recuperar el  terreno perdido con iniciativas que reunifiquen los ejes atlántico y pacífico, que le permitan a la “Nación de naciones sudamericanas” alcanzar su plenitud en su esencia bioceánica, más su proyección antártica.

La Nación sudamericana –irrealizable sin la vertebración brasileña–, es un actor central en grandes temas universales, tales como alimentos, energía y medioambiente, y debe concentrar su desarrollo científico y tecnológico en estas áreas donde tiene ventajas comparativas extraordinarias.

Que los agoreros no se equivoquen, Brasil y toda Sudamérica tienen un destino manifiesto, y alcanzarán su plena madurez durante la primera mitad del siglo XXI.

El autor de esta columna es exembajador de la Argentina en Brasil y en los EE.UU.

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