La investigadora del CONICET sostiene que la pandemia no ha ayudado a la naturaleza y desmitifica algunos de sus “buenos efectos” en el mundo. Por Fer Villarroel
Inés Camilloni es especialista en Ciencias de la Atmósfera, directora de la Maestría en Ciencias Ambientales de la UBA e investigadora del CONICET. Es una de las profesionales más respetadas en la materia y, en tiempos atravesados por el coronavirus, dice que mantiene la esperanza de que se escuche lo que dicen los científicos sobre los riesgos que implica el cambio climático y espera que se adopten medidas rápidas y tan drásticas como las que se tomaron en el contexto de la pandemia, en términos de la salud pública. “Esto mostró que hubo una articulación efectiva entre el sector científico y el sector político, y que se pudieron tomar decisiones acertadas. Estamos a tiempo de hacer algo y de mejorar; mientras la ciencia nos siga diciendo que tenemos tiempo de corregir lo que sea hace mal, tenemos la obligación moral de ser optimistas porque lo contrario implicaría bajar los brazos y no hacer nada”, asegura, en diálogo con DEF.
La directora de Impacto Ambiental de la ONU, Inger Andersen, dijo que de ninguna manera la pandemia puede tener un efecto positivo en el medio ambiente ni en la lucha contra el cambio climático. ¿Coincidís con esto?
—No se puede decir que lo que estamos atravesando sea algo positivo para el ambiente, cuando está vinculado a una enorme cantidad de pérdidas de vidas humanas. No hay forma de pensar en que esto sea una herramienta para combatir el cambio climático, pero sí demuestra que al frenarse las actividades económicas, las emisiones bajaron drásticamente, lo cual confirma lo que ya sabemos: que estamos siguiendo un modelo de desarrollo económico, basado en las emisiones de gases de efecto invernadero, en emisiones de carbono en la atmósfera por el uso intensivo de combustibles fósiles para producir energía y que esto no es sostenible en el tiempo.
Tiene que haber un proceso de reconstrucción pospandemia, que debe tener como objetivo no repetir los errores que veníamos cometiendo hasta ahora. Tenemos que pensar en una economía que esté basada en la utilización de energías renovables, que no implique ablandar las normativas ambientales. Por eso, tenemos que recuperar el tiempo perdido e impedir que empeore la calidad del aire y del agua.
—¿Es verdad que, desde que se desató el COVID-19, se bajaron en forma notable las emisiones de dióxido de carbono?
—Hay distintos números dando vueltas que hacen proyecciones sobre las disminuciones totales en todo el año. La cuestión es que la baja en las emisiones no es simultánea, porque algunos países han comenzado a reactivar sus procesos industriales -China, por ejemplo- y los niveles de CO2 empezaron a subir; la realidad es que la proyección ronda entre un 5 y un 15% a la baja, respecto a si se hubiera continuado con el ritmo habitual.
Estas cifras no impactarían de manera tan fuerte en todo lo referido al cambio climático, debido a que se trata de un problema acumulativo. Los ingleses lo explican muy claramente con el ejemplo de una bañera y una canilla abierta de agua: la canilla vendrían a ser las emisiones y la bañera sería el planeta; entonces, el mundo ha seguido incorporando dióxido de carbono, pero lo que ha ocurrido ahora es algo similar a si se hubiera cerrado un poquito la canilla. Esto no detiene la acumulación del CO2 en la atmósfera, por lo que la temperatura continúa incrementándose y no vemos que este parate lleve a un enfriamiento, sino que es solo una pequeña desaceleración en todo el enorme proceso que se intenta revertir.

—Varios medios internacionales publicaron que el agujero en la capa de ozono del Ártico se había cerrado. ¿Tuvo que ver la reducción de gases en este fenómeno?
—En cuanto al problema del agujero en la capa de ozono, se trata de algo estacional. En el hemisferio sur ocurre entre septiembre y octubre, y en el hemisferio norte se da entre marzo y abril. Es decir, se produce al comienzo de la primavera de cada hemisferio. No se trata de un fenómeno ocurra de manera permanentemente, sino que se da en esa época del año porque, resumiendo, es el momento en el que se termina la noche polar y no hay reacciones químicas que involucren a la radiación solar.
Cuando termina la noche polar y empiezan a ingresar rayos de sol, se producen estas reacciones que son las que liberan cloro para que empiece el proceso de destrucción del Ozono. Lo que sucede es que, desde hace ya varios años, hubo un acuerdo -el Protocolo de Montreal– para limitar las emisiones en la atmósfera de estas sustancias que contienen cloro. A partir de la vigencia de este acuerdo, de reemplazar estas sustancias que son cloro y que se encontraban en los aerosoles en forma de gas propelente, se deja de emitir ese cloro y ese agujero que se genera a principios de la primavera, comenzó a ser menos intenso.
—Entonces, ¿cuándo el agujero en la capa de ozono debería dejar de ser un problema?
—De seguir así, en 2030 se estima que se podría volver a la situación previa en la cual no lo era. El tema es que estas sustancias que contienen cloro fueron reemplazadas por otras que tienen un potencial muy alto de producir el calentamiento de la atmósfera, porque tienen gases que producen el efecto invernadero -lo que conocemos como cambio climático-. Entonces, lo que hicieron los países es firmar una enmienda que pretende limitar la emisión de estos gases que no destruyen el ozono pero afectan bastante al cambio climático. Volviendo al origen de la pregunta, el agujero de la capa está disminuyendo, hay años que está más intenso por cuestiones de variabilidad, pero lo que se espera es que, al no estar emitiéndose ese cloro en la atmósfera, este problema desaparezca hacia 2030.
—Con esto, entonces, quedaría descartado que la recuperación de la capa de ozono estuviera ligada a la suspensión de actividades industriales provocadas por el coronavirus…
—Sí, de hecho, este año hubo un adelgazamiento de la capa de ozono -en el Ártico- muy intenso y fue durante la pandemia, por eso es que yo no encuentro ninguna vinculación, ni se me ocurre a mí que la haya.
—En abril pasado, un grupo de científicos publicó en ScienceDirect, el documento “Biological Conservation”, en el que alertaban sobre una posible “extinción de los insectos”. ¿Cuál es el impacto del cambio climático sobre estas especies?
—Las proyecciones demuestran que, de seguir como hasta ahora y si la temperatura alcanzara los 4ºC [de aumento respecto del período preindustrial] -algo que ocurriría a fin de siglo-, el 50% de todas las especies animales y vegetales estarían en peligro de extinción. No tengo estudiada en forma exacta cuáles serían los insectos más amenazados, pero puedo confirmar que el número de especies amenazadas rondaría el 50%. Por eso es tan importante cumplir con los acuerdos firmados, en el marco de Naciones Unidas, que pretenden limitar ese calentamiento a 2ºC e intentar hacer los esfuerzos necesarios para llevar esa temperatura a 1.5ºC.

—Más allá de esto de los problemas que ha desatado el COVID-19, ¿te entusiasma la participación activa de la ciencia en estos momentos?
—Creo que esto va a impactar positivamente en las nuevas generaciones, porque su papel es cada vez más visible. Desde su participación activa en esta situación hasta el lanzamiento de la nave espacial, se nota que hay detrás mucha física y matemática, entre otras áreas. Están ocurriendo cosas que ponen más de manifiesto el rol de la ciencia, además de que hay cada vez mayor comunicación al respecto. Es toda una cadena que tiene que ver con la generación de conocimiento, aprendiendo también a hacer ciencia aplicada y con los medios de comunicación dándole cada vez más relevancia.
—¿Creés que esto va a impulsar a que haya nuevas generaciones de científicos?
—Sí, va a servir para aumentar las filas de la ciencia con nuevas generaciones con interés en el tema, despertando nuevas vocaciones. Por supuesto, eso tiene que estar atado a todo un proceso educativo en los diferentes niveles, para que cuando alguien llegue a la universidad no sienta la frustración de creer que es algo completamente diferente a lo que estudió en la primaria y la secundaria.
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